lunes, 30 de agosto de 2010

Danza de muerte

Extendió sus alas y dirigió su mirada al horizonte, el cielo era de un tono azul impresionante y las nubes como sueños de algodón blanco se juntaban con el azul infinito. La brisa fría y refrescante golpeaba suavemente su rostro y esa sensación de paz podía llenar un mar entero.

Los tonos dorados como finos hilos de oro atravesaban su cuerpo viniendo desde el azul y finalizando en los copos blancos, aquella escena celestial era como aquel beso soñado a esa persona que se creyó perdida, era como el reencuentro de un alma que se mantuvo en fuga y que regresó por fin a la calidez de su hogar.

Felicidad, que extraño sentimiento que da esos tonos dorados, por más que se busca el temor y la desesperanza no pueden superar el azul de ese cielo y el blanco de esa paz. Esa luz brillante en el horizonte ciega la mirada pero no produce dolor, es una luz que da calor y que genera una increíble compasión.

A lo lejos se divisan unas figuras humanas, las alas se agitan más fuerte y más fuerte aumentando la velocidad, la luz se hace cada vez más brillante y la brisa más fresca, el azul intenso se comienza a mezclar con el blanco perfecto haciendo sobresalir cada vez más esas imágenes.

El corazón late con fuerza, con una emoción ya olvidada, las imágenes poco a poco van tomando más forma y parecen ser conocidas: un hombre y una mujer adultos, dos niños y...y tu. La otra figura era una mujer joven, era ella.

El corazón parecía salirse del pecho, estaban a pocos metros. Mi padre, mi madre, mis hermanos y tu. De repente un pequeño dolor empezó al costado pero no era importante, las alas se detuvieron y caminó lentamente, el rostro de su madre y sus hermanos era triste y suplicante, su padre lo miraba con compasión y su ceño estaba fruncido y la mujer joven lloraba con aquellos ojos tristes y serenos. El extendió sus brazos mientras ellos lentamente fueron girando hasta darle la espalda por completo y emprendieron la marcha.

El dolor se hizo más intenso y un grito desgarrador traspasó el silencio, el suelo se tornó rojo y el cielo gris oscuro, sus alas cayeron desapareciendo en el aire, las imágenes se fueron poco a poco desvaneciendo, el samurai los llamó con desesperación y sus manos se cerraron desesperadamente como hojas de papel al arrugarse en el fuego. En la cintura de su padre estaba la vaina más no la espada... las imágenes desaparecieron del todo.

El suelo estaba cubierto de sangre y cuerpos, su cara teñida de muerte, el cuerpo aún tembloroso y agitado cayó de rodillas. Una espada rota traspasaba su costado derecho, el samurai tomó ese pedazo de metal y lo arrancó de su cuerpo con furia. El grito de una animal herido recorrió la distancia, sus compañeros atemorizados dieron un paso atrás y levantaron sus espadas en señal de triunfo más nadie se acercó al samurai, temían a su estado de trance y a aquella conocida locura que cada vez era más frecuente y evidente, pero qué importaba? cada vez parecía ser más fuerte e invencible.

El samurai tomó su espada y mirando al cielo la ofreció al vacío, y mientras lloraba dijo en voz baja: padre, mi amado padre, éste metal es cada vez más pesado y ésta carga cada vez más insoportable. Una brisa suave recorrió la espada hasta tocar su mano, el samurai se puso en pie y secó sus lágrimas.

Aquella danza de muerte le daba cada vez más poder y lo intoxicaba con visiones que lo alejaban momentáneamente de su dolor solo para entregarlo más a esa ingrata desesperanza.

Visiones

La luz del sol empezaba poco a poco a invadir la pequeña estancia, ahuyentando a los tonos grises y al frío que la envolvía.

En su lecho el samurai contemplaba una vez más la luz del día, aferrado a su espada como cristiano que agobiado y atormentado se aferra a su crucifijo. No podría decir que tenía miedo, ese era un sentimiento exclusivo de aquellos que se aferraban de alguna forma a la vida, solo podía sentirlo aquel que tenía alguna ilusión o misión, aquel que guardaba alguna esperanza. Más bien su ira era tal que no podía manifestarse de otra forma, necesitaba de ese frío metal oculto en una vaina como aquella planta del desierto necesitaba de una gota de rocío en un inmenso mar de sequía.

Sus noches eran largas ya que casi no dormía, sus ojos afiebrados ven fantasmas, esos cientos de rostros que nunca lo dejan en paz. Sólo esa espada lo mantenía con vida, de alguna extraña forma lo ataba a sus recuerdos que por breves momentos lo apartaban de la realidad, era en esos instantes cuando su cuerpo lastimado descansaba.

Desenvainó un poco su espada como para comprobar que aún seguía ahí, los ojos se tropezaron con su propio reflejo en aquel oscuro y lustroso metal. Un escalofrío recorrió su cuerpo, aquellos ojos no eran distintos a los muchos que su espada apagó, por un momento sintió miedo de aquella mirada fiera que al igual que la Medusa quedaba destruida con su propio reflejo, miedo a tener que enfrentar algún día al mortal destello que lo liberaría de su condena, miedo de enfrentar talvez algún día a la vida sin tener que acabar con otra.

Miedo...qué extraño sentirse aferrado a algo, sentir calidez humana.

La espada volvió a ocultarse y el samurai se puso rápidamente en pie, la dejó en un rincón y abrió la puerta. El sol inundó la estancia con una claridad que ya no recordaba, el viento era cálido y con aroma, todo parecía tener nuevos colores. Salió, respiró profundamente, caminó unos cuantos pasos y sonrió, de repente todo se ensombreció de nuevo, corrió al interior de la estancia y levantó con prisa su espada sintiendo inmediatamente como el poder de esa droga le invadía el cuerpo de nuevo, una droga que lo hacía ir muriendo poco a poco para mantenerse con vida.

Esta es otra de esas visiones del pasado, el recuerdo de cosas que ya no existen, todo aquello que amó ya esta muerto y el mundo que habita es otro. El samurai no se permitió soñar...

Círculos

Blandió su espada con ira y atacó con todas sus fuerzas, su contrincante con un paso firme al frente y un suave movimiento circular con su espada de madera lo dejó indefenso, otro paso al frente e impacta el cuello del joven samurai, un intenso dolor y una momentánea oscuridad terminan la lección.
El sensei tiende la mano, lo ayuda a levantarse y comenta con aquella voz pausada que siempre sacaba conclusiones: la fuerza no es la respuesta a todos tus obstáculos, la vida funciona en círculos, círculos que transforman, círculos que desvían pero que llevan al mismo sitio, círculos que actúan en todas direcciones, círculos que deben ser cerrados en algún momento para concluir una etapa. Si utilizas la fuerza como única vía de oposición tu espada será rota, no existe nada inquebrantable y es por esto que la fuerza debe ser revestida con paciencia, serenidad e inteligencia para que cuando ésta sea aplicada caiga como centella sobre un solo punto.
El joven samurai inclinó su cabeza con profundo respeto, cada derrota ante su sensei era una victoria personal, esas enseñanzas nunca lo abandonarían.
Sus ojos volvieron a la realidad, sus heridas eran profundas y la respiración demasiado agitada. Sus enemigos eran cinco y lo rodeaban formando un círculo. Un hombre alto y con una espada ancha y enorme dio un paso al frente, era de otras tierras, vestía pieles y usaba una especie de armadura, seguro fue traído por sus enemigos para acabar con él. Los otros cuatro hombres sonreían confiados en una forma burlona.
Aquel gigante extendió sus brazos y gritó en una lengua desconocida, su voz retumbó como un trueno, blandió su espada con una fuerza tremenda en dirección a la cabeza del samurai, éste la esquivó ajustadamente mientras una ráfaga de viento y un zumbido pasaron por su rostro, como si se tratara de un rebote la enorme espada regresó zumbando ésta vez el samurai cayó de espaldas al evitar el golpe, unas hebras de su cabello cayeron en su rostro junto con un pequeño hilo de sangre. El gigante sonrió levemente mientras que los cuatro hombres estallaron en carcajadas.
Mientras se incorporaba, el enorme hombre tomó su espada con ambas manos y apretando los dientes martilló con toda su fuerza de forma vertical y como un rayo que cae su espada chocó contra el suelo mientras el cuerpo lo seguía torpemente unos instantes después de que el samurai giró hacia atrás sobre su rodilla izquierda, el brillo de muerte salió de su prisión y con la velocidad de la luz atravesó a su oponente por la espalda a la altura de la cintura cortándolo en dos.
Los otros hombres poco pudieron hacer, las espadas aún en sus fundas fueron sólo testigos de aquel desenlace, la lluvia roja tomó nuevamente la escena.
Una gran espada quebrada en dos partes yacía en el suelo, el samurai dibujó una leve sonrisa en su rostro…

El último rincón

Tomó la espada con fuerza y prometió que sería la última vez, cuando la venganza ha sido saciada solo queda ese vacío, ese simple vacío. La vida es tan simple cuando los recuerdos son lo único que alimentan el alma, poco a poco se van tornando más y más borrosos, confusos y lejanos.

Los ojos fríos y vacíos contemplaban con lentitud y cuidado la hoja de la espada, brillante y pura pero con sus propias cicatrices, al igual que un cuerpo en ella estaban escritas tantas historias con sus propias memorias, memorias de tiempos perdidos cuando al resplandor de la luz se oscureció el mundo entero para aquel que la enfrentó. Por qué no podía ser igual para aquel hombre que cada vez más olvidaba el motivo que lo hacía caminar, curioso, muchos recuerdos lo entristecían pero se aferraba a ellos con la firmeza del cordón que sostenía a la espada en su cintura.

Ese día combatiría con un enemigo poco común, su fama era grande, lo aguardaba a las afueras del pueblo. Tomó su espada, la enfundó y la ató cuidadosamente a su cintura junto al waki (espada más corta), dirigió una mirada nostálgica a la pequeña habitación que había absorbido parte de sus recuerdos y se marchó.

Sabía que sería vencido, un guerrero que lucha sin su corazón es como el fuego sin aire que lo alimente, su corazón ya no latía a prisa como ocurría antes, en el fondo quería ser vencido para poder encontrarse de nuevo con los que tanto amó.

Los ojos se encontraron, una mirada fiera y penetrante frente a una tranquila y al parecer aliviada. El contrincante se sorprendió al ver la mano derecha libre y cayendo a lo largo de la pierna (algo inusual en un duelo que se resuelve de un solo golpe y en un instante) y se enfureció al ver que sus ojos se cerraron como aceptando la derrota, nunca hubiera esperado tanta cobardía.

Ambas respiraciones eran pausadas, una buscando concentración ya que no iba a menospreciar al rival a pesar de que lo enfurecía aquel estado totalmente relajado, la otra serena, su mente ya estaba en otro sitio, era un campo enorme y verde.

El sonido de una espada cortando el aire luego un grito de dolor, el campo verde se transformó en sangre al abrir los ojos, su contrincante estaba de rodillas con su espada a un lado y una herida mortal que le cruzaba el cuerpo.

Aunque su brazo derecho permaneció inmóvil aceptando su supuesto destino su brazo izquierdo actuó por cuenta propia cortando de abajo hacia arriba con la espada corta. Su padre dijo que la espada sería una extensión de su brazo, al parecer su brazo izquierdo era la extensión de su corazón, un corazón que no quería rendirse todavía. El último rincón donde se escondía un espíritu atormentado pero aún con ganas de luchar.

Súbitamente sus ojos se llenaron de furia, el brillo de muerte concluyó el duelo y la agonía del contrincante. Un cuerpo de rodillas sin vida y otro rostro para alimentar las pesadillas.

El camino continúa; un día más a solas con sus recuerdos.

El camino

Creyendo que llegaría a algún sitio, por el camino de la venganza se decidió enrumbar. Con la espada aún ensangrentada y temblando de ira gritó...

Muchos años atrás su padre había sido vencido, su padre el invencible no fue derrotado en combate, lo cual hubiera sido motivo de honra, fue vencido por la traición de su amo. En las luchas de poder a veces se toman acuerdos por encima de los intereses de los gobernados, su aldea fue arrasada mientras él observaba con impotencia, eran los samurais de su propio amo. No se atrevió a levantar la espada en su contra y murió con su honor intacto, juró lealtad y aunque no comprendía la razón dejó que tomaran su vida y la de su familia, excepto la de su hijo mayor que se encontraba en un pueblo vecino.

Cuando regresó a su casa todo era desolación e imágenes que quedaron en su mente grabadas con fuego como la marca del hierro caliente en el cuero, su padre aún vivía y con una voz temblorosa le pidió que lo ayudara a ponerse de rodillas luego lentamente y con una voz pausada le dijo: ''eres libre y no sirves ya a ningún amo, olvida tu nombre y tu pueblo, sigue por el camino justo pero haz tu propio camino también, nunca dejes de escuchar a tu corazón ya que es la voz que siempre te dirá la verdad aunque tus oídos ya no escuchen. Esta espada es tuya y tiene su nombre propio, será una extensión de tu brazo y la voz de tu corazón. Vive, vive hijo mío y no te dejes vencer jamás!'' Luego tomó la espada y la hundió bruscamente en su vientre, con su último aliento de vida acarició suavemente el rostro de su hijo que lo contemplaba atónito, le tomó su pequeña mano y la oprimió junto a la suya en la empuñadura de la espada.

Quiso ser el mejor y dedicó años, meses, días, horas, minutos y segundos enteros a perfeccionar el arte de su propia guerra, una guerra cuyo propósito ya casi había olvidado. Se unió a los enemigos de su antiguo amo, creció y aprendió con ellos el arte de la espada hasta que por fin llegó el momento.

Ese hombre viejo suplicaba de rodillas por su vida, a su alrededor estaban muertos más de diez hombres que lo protegían, esa noche tomaron su fortaleza y su nuevo clan le encargó la misión de acabar con aquel hombre; nadie sabía lo que eso significaba ya que como su padre le pidió olvidó su nombre y su origen.

Había esperado tanto por ese momento, lentamente la hoja de su espada se ocultó en la funda, el anciano sonrió tranquilo, sus súplicas fueron escuchadas. Le había ofrecido mucho dinero por permitirle vivir y traicionar a los suyos. Su voz opaca y sin ninguna emoción habló: ''una vez que quitaste todo y hoy me lo regresas, te lo agradezco'', luego un destello salió de su cintura y se clavó en el pecho del viejo, con lentitud terminó de hundir la espada hasta la empuñadura como si intentara acabar con su alma también y mirándolo muy de cerca a los ojos vio como la vida los abandonaba así como abandonaba también muchos de sus propios recuerdos. Retiró la espada con rapidez y en un mismo movimiento separó la cabeza con el semblante espantado de los hombros antes de que el cuerpo sin vida tocara el suelo.

...gritó otra vez pero solo entonces se permitió llorar, lloró porque ahora servía a otro amo, un amo con mil rostros que le pedía más y más sangre para justificarse y para callar a un alma que solo quería llorar, un alma que había decidido recorrer su propio camino aunque no supiese hacia dónde lo llevaría.

Oscuridad

Era una noche oscura como pocas, no había estrellas en el cielo y la luna no brillaba. Corría una brisa suave e insípida que no arrastraba ningún olor; el tiempo ya no importaba, es curioso, todas las decisiones toman en cuenta de alguna forma al tiempo y en ese instante quería perder su protagonismo para cederle ese espacio al vacío.

En su pequeña cabaña el samurai se encontró de repente solo con su pensamiento, un pensamiento traicionero e irracional que gustaba de recurrir al pasado para cuestionar su inestable presente. Solo la tenue y parpadeante luz de una vela rompía aquella oscuridad de recuerdos, develando por instantes el brillo mortal de la espada descubierta que reposaba frente a él. Cuántos ojos habrían visto ese destello antes de cerrarse para siempre en el olvido, cuántas almas encontraron el lugar que tanto buscaba aquel que las desprendió tan bruscamente de la vida detrás de aquel destello.

Una polilla revoloteaba en círculos torpemente alrededor de la vela alejándose a ratos y acercándose hasta casi tocar la llama otras tantas veces, en semejanza a los recuerdos de un alma confusa, a veces lejanos y casi imperceptibles, otras veces tan cercanos que parece que quieren quemar.

'' Yo no escogí ésta vida, estas voces me enloquecen, me asfixian! Los rostros y esa mirada cuando el alma abandona el cuerpo. No quise ser lo que soy, no quise ser despiadado pero ese bálsamo que me protege de la tristeza me inunda, esa ira que me hace escapar de la realidad me envenena cegando mi vista con esa lluvia roja, esa maldita lluvia roja que cubre mi rostro y oculta mis lágrimas, esa lluvia que precede siempre al mortal destello que opaca por instantes la imagen de tu rostro que me consolaba con esa triste mirada y esa dulce sonrisa. Te recuerdo...''

Aquella alma de cristal encerrada en un cuerpo de hiero por un instante logró ver un rayo de luz que se filtraba por una grieta en esa coraza hecha de recuerdos, se permitió dibujar una leve sonrisa.

La polilla revoloteaba; tomó la espada con firmeza.

Un círculo y se aleja; una lágrima traicionera.

Un círculo y se acerca; la respiración pausada.

Otro círculo y se aleja; el brillo mortal frente a su amo.

''Ya no más recuerdos''

Un círculo y se acerca hasta tocar la luz, la polilla se envuelve en el aceite de la vela y una pequeña llama cae al suelo dejando a la habitación en penumbras...el mortal destello se apagó también.

Un suspiro ahogado en la oscuridad.

''Hoy no será el día en que nos encontremos de nuevo''

Olvidar

Curioso, no podía recordar a que se debía ese terrible enojo, qué combustible alimentaba esa temible hoguera que ardía sin control devorando todo lo que se encontraba en su camino.
Furia, cada vez que blandía su espada destruyendo a cualquier enemigo que se ponía a su paso, parecía ser el alimento de aquella fiera, no había quien no temiera su luz, no había ojos que contemplaran aquel destello y vivieran para ver el día de nuevo.
Recuerdos, recuerdos...
El entrenamiento era duro y mis manos sangraban, para qué tantas horas de disciplina y de movimientos repetitivos? siempre lo mismo, llegaba la tarde y nada nuevo sucedía. Limpiaba mi espada por la noche imaginando su poder, la espada de mis antepasados, tanto poder relegado a un instrumento de práctica, nunca seríamos llamados a luchar.
Esperaba con ansia un combate de verdad hasta que llegó aquel triste día, no fue un momento de gloria ni una lucha por una causa heroica. Todo inició por una pequeña discusión, se levantaron las voces y de pronto una espada brilló, ya no había marcha atrás, eran dos bandos, mi mano temblaba descansando nerviosamente en la empuñadura de la espada, nadie hacía un solo movimiento, silencio.
Trataba de recordar mis lecciones pero estaba en pánico, todo era confuso y la espada se sentía pesada, no podía recordar la técnica básica para desenvainar, no recordaba cuál pie debía tener al frente, no quería estar ahí. Mi corazón latía muy rápido, era muy joven aún, hasta ese momento pensé que no era mi hora, que debía seguir entrenando y jugando con mis amigos pero ya era demasiado tarde.
Repentinamente el hombre que estaba frente a mi dió un paso al frente y rompió el silencio con un grito, desenvainó mientras corría. El miedo se extinguió en ese mismo instante, sangre y de nuevo silencio en tan solo un paso, todos hacían una reverencia mientras se retiraban caminando hacia atrás con la cabeza baja, mis amigos se agruparon detrás de mi y se fueron retirando lentamente hasta que me quedé solo con aquel cuerpo en dos partes sin vida.
Estaba cubierto de sangre y mi espada en su vaina, se que salió por lo que veía pero no supe como regresó, lo cierto es que ya todo estaba hecho, un corte limpio cruzando el torso y dos partes. Todo estaba bien hasta que rompí a llorar, todo mi cuerpo temblaba y sentí ganas de vomitar, tenía miedo a pesar de haber triunfado en un sólo instante.
Una voz a mis espaldas, cálida y comprensiva me dijo: el secreto está en no recordar su rostro. Mi sensei me reconfortaba, sabía que no estaba listo para aquello pero ya no había marcha atrás, no te he enseñado a olvidar -dijo mientras me palmeaba la espalda-
Eso pasó hace ya muchos años y la mirada vacía de aquel temido guerrero ocultaba aquella lección nunca aprendida, tantos rostros asfixiaban su sueño, tantos destellos y tanta lluvia roja.
Olvidó, a cambio, el miedo a la muerte y con ello su deseo por vivir, cambió su tristeza por furia pero ya casi no había con quién pelar...

Tarde gris

La lluvia caía sin cesar, todo hasta donde la vista alcanzaba era de un color gris pálido con formas muy definidas de cerca y siluetas difusas en la parte más lejana.
Ese gris tocaba también sus recuerdos, no tenían color ni matices, eran muy definidos los cercanos, difusos y oscuros los lejanos.
Su mirada se perdía en el horizonte como si tratara de atravesar esa cortina de miles de gotas, su mente viajaba lejos de ahí, lejos en uno de esos grises y difusos recuerdos.
Era todavía un niño cuando jugaba en aquellos bosques de bambú, corría agitando una vara luchando contra enemigos imaginarios, soñaba con empuñar algún día aquella espada gloriosa, aquella que tenía un cuarto y pedestal propios en la casa, la misma espada que al estar al cinto de mi padre hacía que la gente se apartara a en su camino y se inclinara haciendo reverencia.
Era poderoso con mi espada imaginaria, nunca había visto a la real luchar pero se hablaba del respeto que infundía. No se me permitía tocarla pero si admirarla, pero aquella pequeña vara de bambú funcionaba para darle cuerpo a aquel sueño.
Estaba ya muy lejos de mi hogar a pesar de las advertencias de mi madre, se vivían tiempos convulsos y de mucha violencia, el antiguo amo recién había muerto a manos de sus enemigos y todo era caos, los bandidos acechaban y los clanes peleaban entre si. Ella nos prohibía alejarnos pero no hice caso, la tarde estaba oscura y fría, parecía que iba a llover, decidí volver al camino y regresar a casa, tomé por un trillo entre el bambú y de pronto vi una pequeña caravana, eran dos mujeres un niño y un viejo que se dirigían al pueblo, extendí la mano agitándola y justo cuando iba a gritar para que se detuvieran y caminar junto a ellos tres hombres aparecieron frente a ellos, sin decir nada uno de ellos atacó al viejo, su cuerpo tocó el suelo al tiempo que las mujeres y el niño gritaban. Era terrible! quedé paralizado al ver aquello, la sangre corría y de pronto todo era silencio, cuatro cuerpos tendidos en el suelo mientras los hombres reían y tomaban sus cosas, eran bandidos de los muchos que acechaban por los caminos buscando a los viajeros que huían de los lugares de lucha, eran presa fácil ya que sus hombres estaban luchando o ya estaban muertos.
El tiempo se detuvo y solo escuchaba el latido de mi corazón, era fuerte y sin control, rompía aquel silencio, quería que se callara, ellos lo estaban escuchando y no podía moverme, de repente una enorme centella rompió el cielo y el silencio, traté de alejarme despacio y sin hacer ruido pero como en las pesadillas mi cuerpo no respondía y aquel fuerte palpitar me delataba, sabía que no lo podían escuchar pero yo sentía que si, que atraía su atención como aquel relámpago. Traté de tranquilizarme y di una paso atrás, una rama se rompió bajo mis pies y aquellos terribles ojos se clavaron en mi cuerpo, uno de ellos me vió y comenzó a correr, su espada relucía debajo de las primeras gotas de una lluvia que comenzaba a caer, yo corrí para salvar mi vida. Las ramas rasgaban mi ropa y mi piel mientras sus pasos se escuchaban más y más cerca, por mi mente pasaban las advertencias de mi madre como si escuchara su voz que se interrumpía por aquellos terribles relámpagos, su voz era tierna como haciendo una plegaria, su voz se despedía de mi y se hundía en el vacío mientras aquella dura mano me tomaba por el cuello y aquellos ojos fieros se clavaban en los míos.
Empezó a llover y un fuerte golpe hizo impacto en mi cabeza como un rayo, seco, ensordecedor y paralizante, mi cuerpo cayó al suelo inmóvil pero con la mirada fija en la luz de aquella espada que se desenvainaba frente a mi, ya no correría más por aquellos bosques de bambú, ya no habrían más sonidos, todo era silencio y ocurría muy despacio. Nunca entendería el significado de la reverencia ante aquella espada, otro estruendo y luz, aquellos ojos fieros se precipitaban al suelo tornándose vacíos y espantados, atrás, los otros dos hombres con sus espadas levantadas en actitud ofensiva, otro destello y sus cuerpos caían al suelo pesadamente detrás de la luz de una espada, todo había terminado y aún no sabía si estaba muerto sólo puede apartar con espanto la mirada vacía de aquella cabeza que yacía a mis pies. Frente a mi estaba mi padre, con su ceño fruncido y aquella mirada dura pero a la vez tranquila, me arrodillé rápidamente haciendo una reverencia, ya podía comprender que significado tenía, en su mano brillaba una centella que escurría agua y sangre...
Agua y sangre, agua y sangre que se mezclaban frente a mi formando charcos oscuros aquella lluviosa tarde sin centellas, años después, una lluvia con recuerdos grises de tiempos pasados, una tarde en que la misma centella volvió a brillar dejando silencio pero ya sin nadie para hacer una reverencia.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Ira

Un corte rápido, violento y luego todo es luz...
Detrás de ese destello que irrumpe el espacio aquel sonido opaco que inunda el campo de batalla se repite sin cesar. El éxtasis de cumplir una venganza, de apagar un corazón, la ira que sin piedad descarga su golpe frío y seco. No hay piedad ante la súplica ni las lágrimas del enemigo postrado, solo aquellos despiadados relámpagos que apagan sus voces.
Por qué lucho?, no lo se, sólo recibí la orden de hacerlo, tomé mi armadura y como siempre la pulí en aquel ritual de tantas veces, en su superficie abundan las muescas dejadas por otras tantas batallas que se esconden debajo del lustre de la cera y a la vez muchas cicatrices en mi cuerpo ocultas bajo aquella armadura. Mi casco...una máscara con una fiera expresión dirigida a infundir el máximo terror al contrincante, una máscara que oculta un rostro lleno de temor a veces, otras pánico y otras...otras nada, cada vez era más frecuente no ocultar nada.
Mi espada, la herencia de mis ancestros, el honor de mi familia plasmada en un mítico trozo de metal moldeado para lograr el corte perfecto, un instrumento hecho para imponer mi verdad, la verdad de generaciones, heredado desde el puño mismo de mi padre moribundo, nunca voy a olvidar sus palabras: ''llévala con honor hijo mio y sirve con orgullo'', yo sólo asentí con la cabeza y mi mano ocupó lentamente la empuñadura que aquella fuerte mano abandonaba, no hubo lágrimas...
Un relámpago, la sangre empaña mi vista, su olor a óxido y la sensación tibia al correr por el rostro me hace percibirla como algo ajeno a mi, no es mi sangre no es mi dolor, ya no siento dolor, donde está mi humanidad? oculta detrás de un ideal de honor?
Qué es el honor? se me enseñó a que era el máximo ideal de mi estirpe, se vive y se muere por él. El honor es aquello que me identifica como hombre pero por qué siento temor a morir si lo hago por mi honor o será acaso que no lo hago por el mío propio sino más bien por el capricho de gente que ni conozco, mi padre nunca me habló de ello, era mi honor el que debía defender o el honor de otros? Al fin y al cabo ya no siento miedo, sólo espero a que nadie más se mueva, espero a que todo quede en silencio, espero a que todo se acabe.
Otro relámpago, era un rostro conocido. Alguna vez fuimos amigos pero servimos a un amo distinto, conocía sus alegrías, sus anhelos, sus temores. Alguna vez me tendió su mano amiga y compartimos una sonrisa, alguna vez supe su nombre pero creo que ya no lo recuerdo, ya no recuerdo nada más que la imagen de su cuerpo inerte golpeando bruscamente el suelo, separé su cabeza de sus sueños sin dibujar una solo mueca en mi rostro.
Ira!, maldita ira que aún me tiene con vida!
No vivo por el honor de mi padre, por el legado de mi espada, por servir a mi amo. Vivo por esa ira que inunda mi cuerpo, que me hace rugir como una fiera sedienta de sangre, ya no vivo por mi ni por mis sueños, ya no puedo soñar, ya no puedo reír, ya no puedo recordar el nombre de aquellos que fueron amigos.
Otro relámpago y una voz que se apaga, creo que decía: ''estoy vencido, estoy vencido'', no estoy seguro, ya no podía escuchar. El grito de mi alma me ensordecía clamando por sangre para apagar mi tristeza. Cuando perdí mi humanidad?
Me aferro a esos pequeños recuerdos de la época en que fui feliz, las ramas del cerezo en flor, la lluvia cayendo sobre mi rostro fría y sin olor, tu sonrisa y aquellas cálidas caricias, tu último beso...pero basta!
Es hora de desatar la ira, que sigan cayendo los relámpagos y luego ese frío silencio, es hora de que siga cayendo esa tibia lluvia roja.