sábado, 22 de octubre de 2011

El Angel de la muerte

Un relámpago cruzó el aire en medio de un leve zumbido, la primera flecha traspasó su pecho cambiando el color del aire a rojo, la segunda flecha desviada por la espada y la tercera cayó rota junto con el arco del oponente y uno de sus brazos. El rostro deformado por una mueca de espanto emanó sangre por su boca mientras que la espada traspasaba lentamente su cuello girando circularmente, el samurai lo hizo por un costado para no producirle una muerte rápida.

Con el enemigo agonizante a su lado envainó su espada lentamente, mucha sangre cubría sus ropas y ésta vez si era la propia, tosió con dificultad por el dolor mientras todo a su alrededor se ensombrecía y se diluía en un mar de oscuridad y confusión. Un agudo chillido le hacía imposible escuchar y el dolor lo obligaba a respirar entrecortadamente.

El samurai se arrodilló en la misma posición que adoptaba para meditar y esperó la muerte, sus pensamientos empezaron a divagar hasta encontrar alojo en sus recuerdos, el campo verde, el niño jugando, el olor del pasto y de la brisa fresca. Su padre practicaba con la espada cerca y él a ratos lo observaba, tanta dedicación y entrega, él había escogido ese camino hace muchos años y el niño soñaba con tomarlo algún día también. Su madre y esa mirada tierna, llena de orgullo, sus hermanos siempre jugando, las flores del cerezo cayendo lentamente formaban una alfombra rosa...

El ángel de la muerte abrió sus alas y lo miró con misericordia, extendió su mano que irradiaba una luz dorada y la ofreció al samurai que agonizaba, éste extendió la suya ensangrentada y tomó aquella mano tibia y celestial.

Se puso en pié mientras aquella sensación de paz inundaba su cuerpo, ya no había más dolor ni más tormento, su camino llegaba al final, pronto se encontraría con aquellos que lo esperaban desde hace mucho tiempo. Su cuerpo se fue tornando translúcido y poco a poco se apartaba de sus ropas y su espada, el ángel le mostró el camino, el sendero cubierto por las flores del cerezo empezaba a ser más visible.

De repente el samurai interrumpió su marcha, el ángel se detuvo también, algo anclaba a aquel espíritu con fuerza al mundo de los vivos. La mano izquierda aún sostenía la espada y se negaba a soltarla. El samurai frunció el ceño y gritó con todas sus fuerzas SOY UN GUERRERO Y ESCOGÍ MI CAMINO!! sus ojos se encontraron repentinamente con los de su padre quien lo miró con tristeza.

Su mano derecha soltó la del ángel bruscamente y la llevó a su pecho arrancando violentamente la flecha que lo atravesaba, en el momento que lo hizo la visión desapareció y solo quedó en la oscuridad de la noche que lo envolvía. Un grito de dolor traspasó el silencio.

Sus ojos se abrieron lentamente cuando ya los primeros rayos del sol aparecían, su cuerpo ardía en fiebre y el dolor lo recorría por completo. Se puso en pié con dificultad e inició su camino.

Su padre que lo observaba desde el mundo en donde el tiempo ya no existe comentó con sus palabras sabias y pausadas: cada quién escoge su camino y no hay fuerza natural que haga a un hombre apartarse de él mientras su voluntad no se lo exija.

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